18 abr 2012

Si la felicidad se comprara

En un extraño maratón de cortos en el que me hallo, ahora que los almuerzos los tengo desocupados, me he encontrado una joya, titulada "MORE", de Mark Osborne (la cual recomiendo ver). Ello me ha planteado una duda bastante poderosa:

¿Cómo sería el mundo si la felicidad se comprara?

Imaginemos que vamos al super de turno, y compramos embutidos, pan y una caja pequeña de felicidad. No nos haría falta mucho más para afrontar el día, una pequeña dosis de felicidad instantánea. Iríamos a cualquier sitio viendo a personas como nosotros, felices, y el mundo sería un lugar idílico y perfecto. Meeeeeeeeeeec. Error.

Si la felicidad existiera en botes, la gran mayoría de la población mundial obtendría una adicción automática, como si de una droga se tratara. El mundo decaería, y no por decisiones políticas o económicas, sino por las decisiones de cada uno. Teniendo felicidad a la venta, ¿quién querría ser feliz por su cuenta? ¿Luchar? ¿Para qué? Todos seríamos como zombis grises, yendo de un lado a otro, esperando que la duración de la felicidad no acabara antes de entrar en la terrible depresión que nos esperaría fuera del mundo ideal.

Pero, dentro de lo que cabe, no todo sería malo. Quedarían personas que, por uno u otro motivo, no consumirían dicha felicidad. Los pobres, por ejemplo, preferirían comer antes que ser unos felices hambrientos (si no sucumben a la adicción, claro); otro ejemplo sería el de una persona con dos dedos de frente, capaz de ver el mundo tal como es y no dejarse llevar por la fantasía. Ahí se descubrirían a las personas que realmente valen la pena.

Por suerte para todos, un mundo gris no existe (aún) ni hay felicidad en botes (aún) pero, cambiando la felicidad por dinero, podemos comprender un poco como se rige este mundo. Los que realmente importan son los que van más allá de lo que aparenta ser.

Steven Christiansen

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