Hacía ya bastante que no hacía una entrada. Por A o por B, no ha salido de mí empezar a escribir (tema que me preocupa), pero con paciencia y constancia vuelve.
Hace un momento estaba en la cama, sin nada que hacer. Un domingo como éste, un día como hoy y una persona como yo. No sé si a los demás les sucederá lo mismo, pero sufro de un angustioso malestar cuando paso mucho tiempo sin hacer nada, sin ocupación alguna. Es molesto, como el zumbido de una mosca detrás de la oreja y, a la vez, un poco de aire que se ha escapado a la espalda. Incómoda, esa es la sensación.
Y es que los cambios en la vida conllevan cambios en el día a día. Ando replanteándome mil cuestiones, dándole duro al coco muchas veces de más, en busca de respuestas. Y ese tiempo se gasta en nada, ya que el trabajo ocupa la mente y no deja pensar con claridad. Entonces, cuando nos planteamos ciertos temas, ¿debemos parar de actuar? ¿Esperar a que nuestra mente sepa que es lo mejor?
Ni de coña.
El tiempo es un regalo, y si no lo aprovechamos, de poco o nada sirve darle vueltas a la cabeza. Las decisiones son rápidas, las cuestiones lentas, y más de una vez confundimos que opción tomar ante una tesitura. Debemos ser cautos, si, pero raudos, el tiempo no espera por nadie. Acto, acción, respuesta, continuo.
Sé que este texto no está al nivel de los anteriores, pero es una mezcla de conocimiento y autoconvencimiento. Hacía tiempo que sufría de esta dura enfermedad, y sin duda no es agradable verte a ti mismo sin ganas de solucionar el problema, pero cuando se llega a un punto, hay que saber actuar. Y debe ser antes del no retorno. En nada nos haremos viejos, o acabaremos bajo tierra mañana incluso. ¿Por qué perder el tiempo pudiendo seguir su compás?
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