21 ene 2012

Flores de hojalata

Muerte. Destrucción. Hambre. Desidia. Odio. Sobre todo odio.

¿Qué clase de sociedad es esta? ¿Cómo podemos andar por la calle e ignorar a un ser humano como nosotros pedir para comer? ¿Cómo podemos dormir cada noche sabiendo que en África mueren niños de hambre, que en Europa del Este mueren de frío y en Asia mueren de agotamiento? ¿Cómo podemos mirar al cielo cuando cada vez queda menos de él, cuando somos nosotros los responsables de que la capa de ozono desaparezca como una pompa de jabón? ¿Cómo osamos desear conocer el límite del universo cuando, en nuestro propio planeta, no conocemos el límite del propio ser humano?

Queremos llegar al centro de la Tierra, pero no conocemos las profundidades marinas. Así podemos resumir la existencia humana. Logramos excavar y excavar túneles que nos acercan al calor puro del globo, pero dejamos detrás nuestra un rastro de sudor, lágrimas, suciedad, tierra, piedras y muerte, muchas muertes. Y la mayoría en balde. Creamos las armas más sofisticadas para descender con mayor facilidad, pero intentamos sabotear a la competencia, que no es otra que nosotros mismos en otro lado del mundo. Luchamos, ganamos y perdemos, pero es mentira: nunca ganamos. Hemos creado una guerra que solo puede ganar la naturaleza, en la cual andamos cogidos de la mano hacia la inevitable extinción. Porque nuestro afán, nuestro deseo de tenerlo todo, nuestra obsesión de ser dueños de los demás, no es sino otra forma de pelear para ganar.

Jamás seremos dioses.

A veces pierdo la esperanza en el ser humano, en como un trozo de papel tiene mayor valor que el alma de una persona. La tierra se agrieta, el campo se marchita, los ríos, lagos, océanos se contaminan. Hasta el cielo, ese cielo azul, ha cambiado a un gris contaminante. Y detrás de la cortina de productos tóxicos, en la órbita del planeta, basura acumulada girando por la eternidad. Entiendo que quieran buscar las condiciones óptimas en Marte, aquí ya no queda mucho más por desgastar.

Llegará el día en el que nuestra propio ego será quien nos golpee, nos noquee y nos mate. Y cuando ese día llegue, espero estar muerto porque, si no, tendré que observar la decadencia y la desaparición de todo lo que conocemos. Pero nuestro paso no desaparecerá, hasta para eso aguantamos. Hemos jugado a un juego donde pudimos ganar, pero quisimos tocar las reglas.

No juegues con los dioses.

Somos como flores de hojalata. Crecemos en un entorno que dista mucho de ser natural, dónde nos dicen cuando, como y que hacer. Pero cuando las personas logren abrir sus pétalos, fríos y duros, lograremos cambiar la situación. Y para ello, solo hace falta creer que es posible.

Steven Christiansen

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