12 ene 2012

Constelaciones

Partiendo de la base de que, en cada uno de nosotros, existe una conciencia que se relaciona con otras conciencias a lo largo del espacio del tiempo, se puede hacer un sencillo símil: Somos universos.

Somos el Sol, el todo en lo que torna el resto de nuestro universo, y las personas que nos rodean son planetas, constelaciones, satélites, lo que cada uno decida ser. La proximidad, como en la Vía Láctea, puede desintegrar un planeta, y la lejanía helarlo en nuestro universo particular. La conexión con las personas que nos rodea se basa, normalmente, en el trato que ellos procesen, así como con la forma con la que respondemos.

Por ello, relacionar el inexorable paso del tiempo en el universo nos puede ayudar a comprender la grandeza que reside en cada uno. Millones de constelaciones se apagan a nuestro alrededor a lo largo de nuestra vida, algunos planetas nacen, otros chocan entre ellos y otros, simplemente, implosionan. No somos eternos, pero bajo la superflua vida que observamos, reside una relación de sentimientos y sensaciones que, sin interés y constancia, no podemos ni sabemos interpretar.

Hasta que nosotros, el Sol de nuestro propio universo, se extinga, podemos admirar la belleza de la vida bajo un punto de vista social y humano. Personas, van, vienen, se quedan, te cambian la vida (para bien o para mal) y te dan perspectivas nuevas. Cada uno de nosotros valoramos detalles diferentes en ellos, como la corteza, el material del que están hechos, la vida inteligente que habita en ellos o el sino de su existencia y, con éste último, la influencia que tiene en nosotros. Y somos nosotros los que tenemos la posibilidad de calentarlos con nuestra cálida confianza para que continúen en su paso por tu vida o dejarlos a la intemperie a la espera de que desaparezca, aunque se den los casos contrarios con facilidad.

Y tu, ¿qué vas a hacer? ¿Observar el cielo estrellado que te vigila cada noche o formar parte de él?

Steven Christiansen

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