En un extraño maratón de cortos en el que me hallo, ahora que los almuerzos los tengo desocupados, me he encontrado una joya, titulada "MORE", de Mark Osborne (la cual recomiendo ver). Ello me ha planteado una duda bastante poderosa:
¿Cómo sería el mundo si la felicidad se comprara?
Imaginemos que vamos al super de turno, y compramos embutidos, pan y una caja pequeña de felicidad. No nos haría falta mucho más para afrontar el día, una pequeña dosis de felicidad instantánea. Iríamos a cualquier sitio viendo a personas como nosotros, felices, y el mundo sería un lugar idílico y perfecto. Meeeeeeeeeeec. Error.
Si la felicidad existiera en botes, la gran mayoría de la población mundial obtendría una adicción automática, como si de una droga se tratara. El mundo decaería, y no por decisiones políticas o económicas, sino por las decisiones de cada uno. Teniendo felicidad a la venta, ¿quién querría ser feliz por su cuenta? ¿Luchar? ¿Para qué? Todos seríamos como zombis grises, yendo de un lado a otro, esperando que la duración de la felicidad no acabara antes de entrar en la terrible depresión que nos esperaría fuera del mundo ideal.
Pero, dentro de lo que cabe, no todo sería malo. Quedarían personas que, por uno u otro motivo, no consumirían dicha felicidad. Los pobres, por ejemplo, preferirían comer antes que ser unos felices hambrientos (si no sucumben a la adicción, claro); otro ejemplo sería el de una persona con dos dedos de frente, capaz de ver el mundo tal como es y no dejarse llevar por la fantasía. Ahí se descubrirían a las personas que realmente valen la pena.
Por suerte para todos, un mundo gris no existe (aún) ni hay felicidad en botes (aún) pero, cambiando la felicidad por dinero, podemos comprender un poco como se rige este mundo. Los que realmente importan son los que van más allá de lo que aparenta ser.
Steven Christiansen
Them vs You vs Me
18 abr 2012
15 abr 2012
El valor del tiempo
Hacía ya bastante que no hacía una entrada. Por A o por B, no ha salido de mí empezar a escribir (tema que me preocupa), pero con paciencia y constancia vuelve.
Hace un momento estaba en la cama, sin nada que hacer. Un domingo como éste, un día como hoy y una persona como yo. No sé si a los demás les sucederá lo mismo, pero sufro de un angustioso malestar cuando paso mucho tiempo sin hacer nada, sin ocupación alguna. Es molesto, como el zumbido de una mosca detrás de la oreja y, a la vez, un poco de aire que se ha escapado a la espalda. Incómoda, esa es la sensación.
Y es que los cambios en la vida conllevan cambios en el día a día. Ando replanteándome mil cuestiones, dándole duro al coco muchas veces de más, en busca de respuestas. Y ese tiempo se gasta en nada, ya que el trabajo ocupa la mente y no deja pensar con claridad. Entonces, cuando nos planteamos ciertos temas, ¿debemos parar de actuar? ¿Esperar a que nuestra mente sepa que es lo mejor?
Ni de coña.
El tiempo es un regalo, y si no lo aprovechamos, de poco o nada sirve darle vueltas a la cabeza. Las decisiones son rápidas, las cuestiones lentas, y más de una vez confundimos que opción tomar ante una tesitura. Debemos ser cautos, si, pero raudos, el tiempo no espera por nadie. Acto, acción, respuesta, continuo.
Sé que este texto no está al nivel de los anteriores, pero es una mezcla de conocimiento y autoconvencimiento. Hacía tiempo que sufría de esta dura enfermedad, y sin duda no es agradable verte a ti mismo sin ganas de solucionar el problema, pero cuando se llega a un punto, hay que saber actuar. Y debe ser antes del no retorno. En nada nos haremos viejos, o acabaremos bajo tierra mañana incluso. ¿Por qué perder el tiempo pudiendo seguir su compás?
Hace un momento estaba en la cama, sin nada que hacer. Un domingo como éste, un día como hoy y una persona como yo. No sé si a los demás les sucederá lo mismo, pero sufro de un angustioso malestar cuando paso mucho tiempo sin hacer nada, sin ocupación alguna. Es molesto, como el zumbido de una mosca detrás de la oreja y, a la vez, un poco de aire que se ha escapado a la espalda. Incómoda, esa es la sensación.
Y es que los cambios en la vida conllevan cambios en el día a día. Ando replanteándome mil cuestiones, dándole duro al coco muchas veces de más, en busca de respuestas. Y ese tiempo se gasta en nada, ya que el trabajo ocupa la mente y no deja pensar con claridad. Entonces, cuando nos planteamos ciertos temas, ¿debemos parar de actuar? ¿Esperar a que nuestra mente sepa que es lo mejor?
Ni de coña.
El tiempo es un regalo, y si no lo aprovechamos, de poco o nada sirve darle vueltas a la cabeza. Las decisiones son rápidas, las cuestiones lentas, y más de una vez confundimos que opción tomar ante una tesitura. Debemos ser cautos, si, pero raudos, el tiempo no espera por nadie. Acto, acción, respuesta, continuo.
Sé que este texto no está al nivel de los anteriores, pero es una mezcla de conocimiento y autoconvencimiento. Hacía tiempo que sufría de esta dura enfermedad, y sin duda no es agradable verte a ti mismo sin ganas de solucionar el problema, pero cuando se llega a un punto, hay que saber actuar. Y debe ser antes del no retorno. En nada nos haremos viejos, o acabaremos bajo tierra mañana incluso. ¿Por qué perder el tiempo pudiendo seguir su compás?
29 feb 2012
El engaño de las artes
¿Efímera? ¿Fugaz? ¿Breve? No sé definir con exactitud el paso de una persona por la vida, muchos términos y pocas palabras que lo definan con gran detalle. Venimos, vemos y nos vamos, dejando nuestra humilde huella en las generaciones venideras. Y en el camino, esos dos pasos que damos sin saber andar, recibimos información de personas que estuvieron antes que nosotros y que, de una forma u otra, quisieron dejar sus impresiones para las siguientes épocas.
No obstante, no es real todo ello. Quiero decir, para ellos fue real, pero para nosotros no es más que una simple imitación de una realidad, la cual no hemos vivido. Aunque intentemos hacernos con la historia principal, infinidad de detalles se nos escapan a lo acontecido en la realidad.
Un buen ejemplo es el arte de la escritura, capaz de llevarnos a parajes que jamás hemos visitado antes, los cuales nos hacen sentir como si descubriéramos una nueva realidad. Sin embargo, aunque el autor llene de cuidados detalles la historia, jamás lograremos vivirla, porque no es nuestra historia. Al igual que la música, una canción nos hará reaccionar de varias formas pero, los que nos expresen sentimientos, jamás llegará a hacernos sentir lo que siente el escritor.
Quizás el que más cerca ha estado de lograr una simbiosis total entre realidad e historia haya sido J.R.R. Tolkien, el cual detalló con una riqueza, tanto léxica como imaginativa, sus textos. No obstante, ni él mismo puede sentir lo que escribe, ya que sus historias no pasaron de la fantasía.
Por ello, cuando nos enseñan una obra de arte, podemos apreciar al pintor exponiendo la imagen de su visión, pero jamás comprenderemos lo que sentía cuando lo pintó. Un río atravesando una pradera verde en primavera puede maravillarnos visualmente, pero jamás sentiremos la brisa recorriendo nuestra nuca, ni el fresco olor de la naturaleza bailando en el aire.
Por ello, no todo reside en lo que nos cuentan porque, a fin de cuentas, las palabras (óleos, notas musicales, fragancias...) son manejables, y tergiversables. ¿Quién nos dice que ese texto de historia no está manipulado para que entendamos lo que el autor quiere entender? Así de vago es la expresión de nuestras ideas y sentimientos con vistas a que los años venideros los observen. Un beso es instantáneo, y depende mucho de quién lo reciba y que sienta hacia el receptor el dador. Y de todas las formas de expresión, la palabra es, con mucho, la más anodina y menos expresiva de todas. ¿Por qué, pues, creer ciegamente en lo que dicen y no experimentar nosotros mismos? Nuestras sensaciones son lo único real, junto con nuestros sentimientos y el frío mañanero, por lo que, ¿por qué no buscar las respuestas a nuestras preguntas sin dejar que nadie nos diga como hacerlo?
Steven Christiansen
P.D: Texto semi-inspirado en la obra El Surco del Tiempo, del filósofo Sócrates. Y de ahí, este texto que me llama particularmente la atención:
No obstante, no es real todo ello. Quiero decir, para ellos fue real, pero para nosotros no es más que una simple imitación de una realidad, la cual no hemos vivido. Aunque intentemos hacernos con la historia principal, infinidad de detalles se nos escapan a lo acontecido en la realidad.
Un buen ejemplo es el arte de la escritura, capaz de llevarnos a parajes que jamás hemos visitado antes, los cuales nos hacen sentir como si descubriéramos una nueva realidad. Sin embargo, aunque el autor llene de cuidados detalles la historia, jamás lograremos vivirla, porque no es nuestra historia. Al igual que la música, una canción nos hará reaccionar de varias formas pero, los que nos expresen sentimientos, jamás llegará a hacernos sentir lo que siente el escritor.
Quizás el que más cerca ha estado de lograr una simbiosis total entre realidad e historia haya sido J.R.R. Tolkien, el cual detalló con una riqueza, tanto léxica como imaginativa, sus textos. No obstante, ni él mismo puede sentir lo que escribe, ya que sus historias no pasaron de la fantasía.
Por ello, cuando nos enseñan una obra de arte, podemos apreciar al pintor exponiendo la imagen de su visión, pero jamás comprenderemos lo que sentía cuando lo pintó. Un río atravesando una pradera verde en primavera puede maravillarnos visualmente, pero jamás sentiremos la brisa recorriendo nuestra nuca, ni el fresco olor de la naturaleza bailando en el aire.
Por ello, no todo reside en lo que nos cuentan porque, a fin de cuentas, las palabras (óleos, notas musicales, fragancias...) son manejables, y tergiversables. ¿Quién nos dice que ese texto de historia no está manipulado para que entendamos lo que el autor quiere entender? Así de vago es la expresión de nuestras ideas y sentimientos con vistas a que los años venideros los observen. Un beso es instantáneo, y depende mucho de quién lo reciba y que sienta hacia el receptor el dador. Y de todas las formas de expresión, la palabra es, con mucho, la más anodina y menos expresiva de todas. ¿Por qué, pues, creer ciegamente en lo que dicen y no experimentar nosotros mismos? Nuestras sensaciones son lo único real, junto con nuestros sentimientos y el frío mañanero, por lo que, ¿por qué no buscar las respuestas a nuestras preguntas sin dejar que nadie nos diga como hacerlo?
Steven Christiansen
P.D: Texto semi-inspirado en la obra El Surco del Tiempo, del filósofo Sócrates. Y de ahí, este texto que me llama particularmente la atención:
VIII
Fed.- Así será. Pero vámonos yendo, ya que el calor se ha mitigado.
Sóc.-¿Y no es propio de los que se van a poner en camino hagan una plegaria?
Fed.- ¿Por qué no?
Sóc.- Oh querido Pan, y todos los otros dioses que aquí habitéis, concededme que llegue a ser bello por dentro, y todo lo que tengo por fuera se enlace en amistad con lo de dentro; que considere rico al sabio; que todo el dinero que tenga solo sea el que se puede llevar y transportar consigo un hombre sensato, y no otro. ¿Necesitamos alguna otra cosa, Fedro? A mí me basta con lo que he pedido.
Fed.- Pide todo esto también para mí, ya que son comunes las cosas de los amigos.
Sóc.- Vayámonos.
10 feb 2012
9 feb 2012
La vida como una noria
He de admitir que me sorprenden ciertos hechos que se desarrollan a mi alrededor. Lo que hace dos semanas me parecía importante, ahora me parece superfluo, y lo que ignoraba por su nimiedad ahora requiere buena parte de mi atención.
Y es que, como todo en esta vida, los hechos son totalmente imprevisibles y aleatorios. Y nosotros, pobres observadores con poco margen de movimiento, observamos los designios. ¿De quién? ¿Destino? ¿Azar? ¿Zordon? No, de nuestros actos.
Todo está relacionado. Si le das una patada a una pierda puede no suceder nada de lo que te percates. Es igual con todo: tus actos condicionan el delicioso devenir, que puede pintar a los cuatro jinetes del apocalipsis en el cielo o a una aurora boreal.
No obstante, nos empecinamos con no vivir las vivencias. Miedo, odio, disidia, asco, repulsión, temor, pavor y demás cosas bonitas nos echan para atrás, como obligándonos a seguir una vida gris y anodina. Y caemos, oh si caemos. Hacemos caso a sensaciones que nos dicen "Hey, eso no es bueno, no lo compruebes", y no lo comprobamos. Somos así por naturaleza, la aventura que nos gusta vivir cuando somos críos desaparece con el primer vello púbico, y preferimos vivir en la sombra a salir al sol. ¿Y es malo, Steven? No, pero tampoco es bueno.
¿Es bueno el blanco y malo el negro? No es tan fácil. La forma que toma el jarrón de nuestra vida lo moldeamos nosotros con nuestras manos, y son nuestros sentimientos los que remarcan las líneas del dibujo de nuestra existencia. Pero, desde luego, una vida sin riesgo, sin seguro, sin posibilidad de retorno, no es vida, solo es existencia. Porque esto, lo que experimentamos día a día y que en cualquier momento puede cesar, ha de ser maravilloso. Y son nuestros méritos los que lo hacen brillante u oscuro. Por supuesto, alguien que no ha probado nunca un alimento te dirá que le gusta más otro... hasta que lo prueba.
Esta sucesión de experiencias y vivencias la podemos afrontar de infinidad de maneras pero, ¿qué mejor forma de hacerlo que experimentando y viviendo situaciones nunca antes vistas? Nadie sabe si tendremos una segunda oportunidad de volver a vivir y, aunque crea en la resurrección, no quiero irme sin haber probado los manjares más exquisitos, haber catado los olores más exóticos y haber sido víctima de los sentimientoss que han dominado al ser humano en toda su existencia. Vivir, no sobrevivir.
Steven Christiansen
Y es que, como todo en esta vida, los hechos son totalmente imprevisibles y aleatorios. Y nosotros, pobres observadores con poco margen de movimiento, observamos los designios. ¿De quién? ¿Destino? ¿Azar? ¿Zordon? No, de nuestros actos.
Todo está relacionado. Si le das una patada a una pierda puede no suceder nada de lo que te percates. Es igual con todo: tus actos condicionan el delicioso devenir, que puede pintar a los cuatro jinetes del apocalipsis en el cielo o a una aurora boreal.
No obstante, nos empecinamos con no vivir las vivencias. Miedo, odio, disidia, asco, repulsión, temor, pavor y demás cosas bonitas nos echan para atrás, como obligándonos a seguir una vida gris y anodina. Y caemos, oh si caemos. Hacemos caso a sensaciones que nos dicen "Hey, eso no es bueno, no lo compruebes", y no lo comprobamos. Somos así por naturaleza, la aventura que nos gusta vivir cuando somos críos desaparece con el primer vello púbico, y preferimos vivir en la sombra a salir al sol. ¿Y es malo, Steven? No, pero tampoco es bueno.
¿Es bueno el blanco y malo el negro? No es tan fácil. La forma que toma el jarrón de nuestra vida lo moldeamos nosotros con nuestras manos, y son nuestros sentimientos los que remarcan las líneas del dibujo de nuestra existencia. Pero, desde luego, una vida sin riesgo, sin seguro, sin posibilidad de retorno, no es vida, solo es existencia. Porque esto, lo que experimentamos día a día y que en cualquier momento puede cesar, ha de ser maravilloso. Y son nuestros méritos los que lo hacen brillante u oscuro. Por supuesto, alguien que no ha probado nunca un alimento te dirá que le gusta más otro... hasta que lo prueba.
Esta sucesión de experiencias y vivencias la podemos afrontar de infinidad de maneras pero, ¿qué mejor forma de hacerlo que experimentando y viviendo situaciones nunca antes vistas? Nadie sabe si tendremos una segunda oportunidad de volver a vivir y, aunque crea en la resurrección, no quiero irme sin haber probado los manjares más exquisitos, haber catado los olores más exóticos y haber sido víctima de los sentimientoss que han dominado al ser humano en toda su existencia. Vivir, no sobrevivir.
Steven Christiansen
5 feb 2012
Entre otras cosas
Me doy cuenta que, en los anteriores textos, he detallado puntos de vista quizás con cierta totalidad. No es mi intención, y la gente que me lee le gusta lo que lee, pero he de rendirme a la evidencia de que, detrás de las palabras de este blog, y de las emociones que puedan transmitir, hay una persona.
No acostumbro a hablar de mí, lo veo un soberano exceso de egocentrismo y una falta de respeto hacia uno mismo y hacia los demás. Pero bueno, supongo que, de los pocos en los que puedo confiar, ninguno está disponible a escucharme, por lo que tragaré con ello.
¿Y que es ello? Mi mente es ello.
Desde que era joven, mi mente ha funcionado de una forma que, si bien para mi es natural, para los demás puede resultar compleja. No, no tengo ningún tipo de deficiencia, ni mi CI roza el de Einstein ni nada por el estilo. Soy normal, pero maquina a otro ritmo. Confío en la gente, quizás en exceso, lo que me ha llevado más de una vez a llevarme palos, E sabe de lo que hablo. Mi imaginación es compleja, pero la uso tan bien como me permite, ya que la mayoría del tiempo divago entre historias aún por contar.
Sin embargo, mi mayor defecto es que, como si del aprendiz de Houdini se tratara, creo unas ilusiones dignas del último nivel de Origen. Expectativas levantadas con arena y agua de mar que, al primer golpeo de la más suave ola, se derrumba. Detesto eso de mí, quizás lo que más, me hace creer en lo que puede que nunca suceda. Que digo, nunca sucede nada tal y como esperamos. Podemos imaginar un paseo por la playa de punta a punta, siguiendo una ruta predefinida, pero a la hora de la verdad nunca ocurre. Sucede lo mismo con todo: da igual lo que pensemos, no sucederá con exactitud.
Mi problema es que no acostumbran a suceder, ni tan siquiera de forma similar. Las expectativas las convierto con una sencillez pasmosa en ilusiones y, como es lógico de deducir, no hay base que soporte esos castillos de naipes. Y bla, bla, bla...
A veces desearía no sentir la decepción con tanta asiduidad. Ser como los demás, vivir una vida con altibajos en una línea gris y sin brillo. Podría decir mil palabras, expresar mil situaciones y, aún así, no podías entender lo que yo estoy a mitad de conocer. Algunos desea poder, otros conocimientos, y la mayoría ambos. Sin embargo, no se puede vaciar un litro de agua en un vaso de chupito. Intento que mi vaso llegue a ser una jarra, pero el mecanismo con el que doy forma al cristal está anticuado. Pero no sé hacerlo de otra forma, y lo que me podría llevar unos años, me puede llevar toda la vida. No estoy dispuesto a aceptar que mi cristal quiebre con el paso del tiempo, o con el manejo del mismo. Quiero darle utilidad al potencial que tengo dentro.
Hay veces en las que la felicidad y la decepción chocan como dos planetas, aunque dichos planetas sean diferentes. La regla de Steven dice que siempre ganará la negativa, me baso en mis conocimientos, tanto personales como profesionales.
Hoy no debería haberme levantado de la cama.
Steven Christiansen
No acostumbro a hablar de mí, lo veo un soberano exceso de egocentrismo y una falta de respeto hacia uno mismo y hacia los demás. Pero bueno, supongo que, de los pocos en los que puedo confiar, ninguno está disponible a escucharme, por lo que tragaré con ello.
¿Y que es ello? Mi mente es ello.
Desde que era joven, mi mente ha funcionado de una forma que, si bien para mi es natural, para los demás puede resultar compleja. No, no tengo ningún tipo de deficiencia, ni mi CI roza el de Einstein ni nada por el estilo. Soy normal, pero maquina a otro ritmo. Confío en la gente, quizás en exceso, lo que me ha llevado más de una vez a llevarme palos, E sabe de lo que hablo. Mi imaginación es compleja, pero la uso tan bien como me permite, ya que la mayoría del tiempo divago entre historias aún por contar.
Sin embargo, mi mayor defecto es que, como si del aprendiz de Houdini se tratara, creo unas ilusiones dignas del último nivel de Origen. Expectativas levantadas con arena y agua de mar que, al primer golpeo de la más suave ola, se derrumba. Detesto eso de mí, quizás lo que más, me hace creer en lo que puede que nunca suceda. Que digo, nunca sucede nada tal y como esperamos. Podemos imaginar un paseo por la playa de punta a punta, siguiendo una ruta predefinida, pero a la hora de la verdad nunca ocurre. Sucede lo mismo con todo: da igual lo que pensemos, no sucederá con exactitud.
Mi problema es que no acostumbran a suceder, ni tan siquiera de forma similar. Las expectativas las convierto con una sencillez pasmosa en ilusiones y, como es lógico de deducir, no hay base que soporte esos castillos de naipes. Y bla, bla, bla...
A veces desearía no sentir la decepción con tanta asiduidad. Ser como los demás, vivir una vida con altibajos en una línea gris y sin brillo. Podría decir mil palabras, expresar mil situaciones y, aún así, no podías entender lo que yo estoy a mitad de conocer. Algunos desea poder, otros conocimientos, y la mayoría ambos. Sin embargo, no se puede vaciar un litro de agua en un vaso de chupito. Intento que mi vaso llegue a ser una jarra, pero el mecanismo con el que doy forma al cristal está anticuado. Pero no sé hacerlo de otra forma, y lo que me podría llevar unos años, me puede llevar toda la vida. No estoy dispuesto a aceptar que mi cristal quiebre con el paso del tiempo, o con el manejo del mismo. Quiero darle utilidad al potencial que tengo dentro.
Hay veces en las que la felicidad y la decepción chocan como dos planetas, aunque dichos planetas sean diferentes. La regla de Steven dice que siempre ganará la negativa, me baso en mis conocimientos, tanto personales como profesionales.
Hoy no debería haberme levantado de la cama.
Steven Christiansen
29 ene 2012
Nosotros y nosoutros
No puedo negarlo, soy una persona que piensa, y mucho, sobre lo que ve y lo que escucha.
Hace cosa de un año, E me propuso que empezara a ver Fringe, serie estadounidense que trataba de sucesos paranormales. Oh, otra serie estilo Expediente X. A pesar de que fuera él quien me introdujo al mundo de las drogas de Breaking Bad, deseché la idea. Pero, con el tiempo, acabé viéndola.
Antes de verla, no tenía una idea muy clara de todo lo que representa el continuo espacio-tiempo. Vivimos y morimos, sencillo. Existe un destino y, a pesar de estar escrito, podemos elegir nuestro camino entre las ramificaciones que ya existen para nosotros. Pero después de ver Fringe, mi mentalidad ha cambiado, principalmente en:
¿Quién soy?
Sí, lo sé, pregunta recurrente con infinidad de respuestas posibles. Pero no es a lo que voy. ¿Quién podríamos ser? Otra cuestión que nos obliga a hacer cábalas sobre momentos y lugares puntuales. ¿Quién debería ser? ¿Quién estoy destinado a ser? ¿Quién puedo ser?
¿Quién puede ser yo?
Quizás esa pregunta, querido/a lector/a, nunca te la hayas planteado. ¿Has pensado en un universo paralelo alguna vez? Claro, si lees esto ya habrás imaginado la situación: una versión totalmente opuesta a la tuya. ¿Cómo sería? ¿Mejor? ¿Peor? Sencillamente, sería. A veces, para discernir quiénes somos, debemos pensar en quiénes no somos, y como podemos llegar a ser. Si, es un poco enrevesado, pero piénsalo. ¿Cómo serías si fueras diametralmente opuesto a como eres ahora? ¿Cómo se habría desarrollado tu vida? ¿Serías feliz? ¿Lucharías por lo que te importa? Y si, en algún espacio-tiempo realmente existiese un universo paralelo, ¿querrías saber como es tu otro yo? ¿Estarías dispuesto a escuchar y a aprender de él/ella, y a que él/ella escuchara y aprendiera de ti?
Quizás no haya nada ahí arriba que merezca más de diez minutos de pensamiento, pero no quiero que pienses en que hay una versión de ti mismo, sino en como sería el punto medio. La tercera cara de la moneda, el canto. Si tu, como personalidad, estuvieras en el extremo de una línea, y pudieras figurarte como sería el otro extremo, ¿no preferirías el equilibrio existente entre ambos extremos? Entre el exceso y el defecto, ¿podrías cambiar hasta convertirte en la virtud?
Yo creo que podemos.
Steven Christiansen
Hace cosa de un año, E me propuso que empezara a ver Fringe, serie estadounidense que trataba de sucesos paranormales. Oh, otra serie estilo Expediente X. A pesar de que fuera él quien me introdujo al mundo de las drogas de Breaking Bad, deseché la idea. Pero, con el tiempo, acabé viéndola.
Antes de verla, no tenía una idea muy clara de todo lo que representa el continuo espacio-tiempo. Vivimos y morimos, sencillo. Existe un destino y, a pesar de estar escrito, podemos elegir nuestro camino entre las ramificaciones que ya existen para nosotros. Pero después de ver Fringe, mi mentalidad ha cambiado, principalmente en:
¿Quién soy?
Sí, lo sé, pregunta recurrente con infinidad de respuestas posibles. Pero no es a lo que voy. ¿Quién podríamos ser? Otra cuestión que nos obliga a hacer cábalas sobre momentos y lugares puntuales. ¿Quién debería ser? ¿Quién estoy destinado a ser? ¿Quién puedo ser?
¿Quién puede ser yo?
Quizás esa pregunta, querido/a lector/a, nunca te la hayas planteado. ¿Has pensado en un universo paralelo alguna vez? Claro, si lees esto ya habrás imaginado la situación: una versión totalmente opuesta a la tuya. ¿Cómo sería? ¿Mejor? ¿Peor? Sencillamente, sería. A veces, para discernir quiénes somos, debemos pensar en quiénes no somos, y como podemos llegar a ser. Si, es un poco enrevesado, pero piénsalo. ¿Cómo serías si fueras diametralmente opuesto a como eres ahora? ¿Cómo se habría desarrollado tu vida? ¿Serías feliz? ¿Lucharías por lo que te importa? Y si, en algún espacio-tiempo realmente existiese un universo paralelo, ¿querrías saber como es tu otro yo? ¿Estarías dispuesto a escuchar y a aprender de él/ella, y a que él/ella escuchara y aprendiera de ti?
Quizás no haya nada ahí arriba que merezca más de diez minutos de pensamiento, pero no quiero que pienses en que hay una versión de ti mismo, sino en como sería el punto medio. La tercera cara de la moneda, el canto. Si tu, como personalidad, estuvieras en el extremo de una línea, y pudieras figurarte como sería el otro extremo, ¿no preferirías el equilibrio existente entre ambos extremos? Entre el exceso y el defecto, ¿podrías cambiar hasta convertirte en la virtud?
Yo creo que podemos.
Steven Christiansen
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